Estaba durmiendo en el lecho de las horas despiertas. Esto que es yo... Alzo mis ojos, tantas veces alzados... como plegarias de humo, con su tiznado anhelo las columnas del templo que sostienen una altura sin techo, más allá del vacío.
Arden como besos sin labios... Puntos que brillan derramados en la noche. Desde esta caja. Encerrado. ¿Sabes?, siempre traté de hacer lo correcto. Sólo ahora escucho la canción silente del hidrógeno, gemas que se pudren bajo la oscuridad de tus sigilos.
Te contemplo, tendida sobre la distancia inmaculada que va del alma a las entrañas. Moléculas, información, y tempo. Es mi viaje de ida. Gritas. Bendita tu voz súbita espuma que estalla en la rompiente de mi pecho. Pero el silencio llega, siempre.
El murmullo ajeno e incesante de los grillos, el lecho sublime donde comienza todo. El silencio donde nosotros somos. Aquí y ahora. Junto al aroma del mar y el sonido de la hierba lejana. Y se aman. Donde aquellos amantes primigenios. Donde tu sonrisa, donde ahora te ocultas tras la nube de sus pensamientos.
Y juegas a creer que acaso estuve siempre aquí. Pero recién llegué. Lo sabes. Estos ojos que abro, para tu luz, y el margen de las sombras. El ápice de tu sonrisa callada. Acorralado. ¿Estoy aquí? Mi nombre en tus labios anuncia un sí. Brillas. Esos ojos, la caricia suave de una brisa, y otra vez el silencio, el amor y el odio navegando, el metal de tu hastío.
¿Quién eres? Nadie. Ya. Real y persistente matiz, en el filo insomne entre unos momentos oscuros y el alba. Dentro del código que casi se revela. Que ni puede ni debe revelarse. Nuestra prisión. En ese atisbo rápido que apagas, en el gesto fugaz cuando lanzas la colilla y queda nada. Humeante se extingue sobre aquel charco de invierno. Nuestro invierno de lluvias infinitas. Bien, ya lo sospechaban los viejos amantes, exhaustos, sin alcanzar jamás la cosa en sí. Oculta siempre. Aguardando no se sabe qué.
En esta arena, durante eones creada para dibujar tu cuerpo, cuya huella pronto barrerá el alba, no hay tiempo pero sí reloj, y el pulso de las olas mide y habla. En todos esos libros. Pero la matemática arranca los destellos en tu piel y refleja el haz de mi sonrisa.
Dulce luz que gira, asciende lenta, y canta en un lenguaje incomprensible. Se vislumbra el esbozo extraño de tus juegos. Seres danzan el mediodía en esa playa. Ecuaciones que esperan como barcas varadas en la orilla. Dormidas en la noche, fulgurando tranquilas bajo las estrellas. Sólo el suspiro del mar o el tañer del silencio resonante en el vacío. El eco de las risas y los niños perdidos. En este cuarto de madera vieja donde se estremece el resto de un instante. En la carretera, devorando kilómetros. Qué belleza de curvas y asfalto, las gotas golpeando el cristal al compás sincopado de los limpia. Estremecidos.
Se pierde el trazo de tu dedo sobre la piel de esta noche. Arde. Entre un golpe de ola y el siguiente, una sola palabra. Escrita y diluida. El crepitar de la rueda en el asfalto. El giro del silencio y tú, me miras. Durante un instante, nos miramos. Sabemos. En el opaco velo del misterio. Pero ya pasó. Es un rincón oscuro lo que queda. Es todo cuanto tenemos y es un mundo. Un cosmos que se expande. Es cuántico y vibrante, es el sueño al viento de un poeta. La lágrima congelada del olvido.
Estaba durmiendo en el lecho de las horas despiertas. Y percibí tu caricia. Invisible ausencia. Tu mirada sin luz. El recuerdo del asfalto y la noche. Estaba descansando en mi caja de muerte. Entre sus paredes de tiempo, masticando mentiras como leyes. Cuando la canción de una risa, el aroma de un alba, el roce de la seda... Me llamaron.
Ahora ¿soy? aquí. Aquí, aquí, aquí. ¿Escuchas mi sonido? El polvo del camino, el alado recuerdo de una brizna. Si acaso yo existiera. Pero no existo. Entonces sólo tengo la senda de mis huellas que horadaron la arena. Vilanos surfeando en el viento, mis momentos. Si no existo, sólo tengo tus gestos y tu ofrenda en mi cuerpo. Sólo el llanto que la madre escuchó. El trazo firme y descansado del soñador soñado. El movimiento sensual del guerrero abrazado a su muerte. Es un nudo de luces, una historia de historias. Lo que fuimos.
Esto que es yo. Como madre insomne que no sabe si espera una llegada o una despedida. Olvidé el juego que estoy jugando. El jugador borracho que desconoce si pierde o gana. En este cuarto donde seres dormidos yacen entre paredes despiertas. Nos desvanecemos. El recuerdo de estrellas que excavan como hormigas, sudando dentro del algoritmo.
Quizás todo este samsara esforzado es solo el destello de un beso... que no fue. Pero ya el canto del pájaro se desnuda de noche anunciando que amanece un nuevo día.
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