domingo, 1 de febrero de 2015

Cuatro paredes

De la desolación recuerdo
el resplandor del viento perseguido por la arena
en mi boca el resabio
la mordedura torpe de los labios de acero
los dulces senderos en tus manos tendidas de caricias
cuchillas frías bebiendo del cuenco dorado de la tarde
en la distancia el fulgor de aquel vestido roto
verdes jirones danzando al son de espuma
alzada en el instante
junto al zen de los monjes iluminados
en el templo de las horas apostando serenos las mil vidas
zambulléndonos más allá del nirvana
en pos de nuestros nombres.

La fuerza brillante de tus golpes
en medio del combate
las carcajadas estentóreas de la muerte
todavía el eco de su lamento resuena
en los pasillos del cosmos
ante  la feroz insistencia de nuestra victoria
risueños locos, indómitos,
nómadas de la senda innúmera
extraviados entre arena y viento
en el prístino hueco de la nada
cabalgando sempiternos hasta el santuario.

Alegres sí, inconcebibles,
hermanos en el deleite inefable
de la derrota absoluta
tras sentarse en el centro del bullicio
colmando las estrellas de silencio
oh luceros ardientes
yo recorrí los eones de albor y tiempo
más allá de sus labios bruñidos
en el desamparo de su gélida belleza
lucen tenues sus lágrimas
sacien la sed de mundos
sí, recuerdo,
sentados sigilosa y puramente
meditando las espirales que bostezan
y cuando el gong resuena
la senda nos encuentra otra vez
la polvareda del camino nos anuncia
que la nada fue solamente otra ilusión.

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