domingo, 11 de enero de 2015

Plegaria


Concédeme percibir esas secuencias
que delinean el mundo
brillante en sus heridas.
Entre las cuerdas ilusorias del espejo,
deja que me deslice,
buscando aquél reflejo,
el lugar glauco de las olas.

En la vorágine incesante del anhelo,
en esta mañana del cosmos que se inicia,
muéstrame que no somos esqueletos de arcilla engalanados,
sino caricias que transitan
completando los huecos.

En este globo embarullado,
no una mancha fugaz,
sino el líquido rumor de los océanos
y su deleite insondable,
donde transcurre el juego.

Más acá de los grises confines del fracaso,
no el estruendo del dolor lo que acontece,
sino el rugir sempiterno de la mar
donde, nautas eternos, navegamos.
 No el suspiro helado y ausente que parece,
sino una brisa loca, hermana,
besándose,
ardiente entre las ramas.

Otórgame el abandono sin fronteras,
el deleite del cambio,
que se ama en las pieles surcadas,
pródigas, sedientas,
hijas del lecho oscuro 
donde el tiempo germina en tu sonrisa.

No el sonido descuidado del cansancio,
como la bota indiferente en el asfalto,
sino el aleteo del viento en aquel bosque,
el giro iluminado que breve chispea en las alturas,
el recuerdo de tu huella desnuda en lo más alto.

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