Pasan los días. Los amaneceres remolonean perezosos debido al temporal interminable. El viento azota los caminos. Mis pasos, mis recuerdos. Soy todos y soy todas. Soy ninguna. Recorro las calles vestida por miradas recelosas. Labios marchitos musitan palabras pesadas que se deslizan como víboras hasta mis pies. Soy ese viejo loco, el que desgrana su solitario y estremecido discurso. Nadie escucha lo que digo.
Y en mi pecho germina la locura
de beberme el azul bajo las horas
de sentir a la luz sobre mi carne,
de mi corazón deshecho por el hambre.
Yo soy la anciana consumida
que arrastra sus harapos
y sostiene en sus brazos
como a un crío
la realidad
que yace exhausta
dejando atrás toda revolución
como pérfido engaño ya agotado
rueda infinita hasta que todo acabe...
Yo soy la niña maga
cuya risa juega en los caminos
su música calma el fuego de la noche
porque el cuento está vivo.
Ambas danzan su extravío
los pájaros traspasados de fulgor
dan forma a sus quiebros
como delicadas manos que trazaran
límpidos gestos en el aire
giraban y giraban
buscando agujeros de luz
en la noche del tiempo.
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